Los celos: más duraderos que el amor y que la propia pareja.

Los celos: más duraderos que el amor y que la propia pareja.

Se trata de una emoción, los celos no son una enfermedad, ni un rasgo de personalidad, ni un valor, ni un defecto, ni una medida del amor o de la inseguridad o de la desconfianza en pareja. 

Los celos son simplemente una emoción. Una de las emociones humanas básicas y universales. Por lo tanto ocurren, o pueden ocurrir, a cualquier persona, en cualquier cultura y en cualquier momento de su biografía; aunque no pueden ocurrir en cualquier situación, porque los celos requieren de dos condiciones previas sin las cuales no pueden darse. Estas son: un vínculo afectivo con un alguien concreto; y la presencia – real o imaginada- de un tercero que amenaza la continuidad del tal vínculo.

Como cualquier otra emoción –la conozcamos o no- los celos tienen su bioquímica, su soporte histórico, su deseabilidad cultural, su biografía personal, su expresión gestual, su simbolismo, sus significados, su vivencia subjetiva, pero sobre todo, y esto es lo que aquí nos importa, los celos tienen: sus intransferibles modos de ser vividos (sentidos, experimentados); sus peculiares modos de ser pensados; y sus particulares modos de ser gestionados (internamente, cada quien dentro de su pellejo; y externamente, cada quien en interacción con los otros dos actores). No podemos ayudar a nadie a sentir o a dejar de sentir celos, pero sí podemos ayudarle a mejor vivirlos, a mejor pensarlos y a mejor gestionarlos. 

Sin embargo en este trabajo nos centraremos en los celos –digamos eróticos- en pareja. Y subrayo el adjetivo “erótico”, porque podemos distinguir también otras formas de celos que también pueden darse en pareja sin contenido erótico –al menos explícito-. Por ejemplo los celos por los hijos (fundamentalmente: madre-hija y padre-hijo), los celos por los padres (fundamentalmente: esposa-suegra y marido-suegra), los celos por relaciones muy íntimas (fundamentalmente: hermanos y amigos). 

Citando a J.A. Marina: “las creencias dirigen en parte nuestros estilos afectivos”, (1999). Así pues, siendo cierto que pensamos como sentimos, y sentimos como pensamos, resulta interesante indagar cuál es el sustento cognitivo de tal emoción. En rigor habría que decir que detrás de esta emoción hay toda una teoría del amor. Una teoría que cuelga de un concepto central: el de la exclusividad. En toda institución formada a propósito del amor se produce explícita o implícitamente un contrato de exclusividad. Así las parejas mutuamente se (com)prometen, se (im)piden y se dan múltiples exclusividades. Entre otras: exclusividad erótica, exclusividad de intimidad, exclusividad de tiempo y dedicación. 

En otro plano, son ya clásicas las ideas de los celos como medida del amor (“si me ama sentirá celos de mí”, “cuánto más celos me muestra, más me siento amado”), así como la idea de los celos como acicate del deseo (“darle celos para que se interese más por ti”, “haz que se sienta menos seguro de ti”). Todavía hoy es posible hallar manuales y consejos populares en esta línea, sin ser raro tampoco que éstos provengan de amigos íntimos que en el fondo lo único que pretenden es ayudar. Lo curioso de estas estrategias es que en ocasiones se convierten en profecías que se autocumplen. Y efectivamente a través del filtro de los celos (y del sufrimiento que ocasionan) se reaviva el interés, se reactiva el deseo, se catalizan cambios o se restaura el compromiso, sin embargo este logro se realizó desde experiencias disfuncionales que dejan una cicatriz dentro de la relación, lo más probable es que surjan consecuencias perjudiciales a futuro cercano o lejano dentro de la relación, principalmente si al momento de volver a la relación, no se ha sanado la experiencia de la herida.

Otra de las ideas adosadas a los celos es la de ficción/realidad, o la que engarza celos con infidelidad. Al punto que hablamos de celos justificados, basados en una reacción hacia el infiel, así como de celos injustificados, que serían el producto de escenas inventadas, fantaseadas u imaginadas, y denominados comúnmente celos patológicos. Siendo que el concepto de fidelidad es un continuo relativo que se plasma en un riquísimo abanico de posibilidades, y que dependerá de en dónde cada pareja establezca el límite de lo permitido o prohibido, la variabilidad de respuestas será múltiple y relativa. 

Hemos dicho al principio de este artículo que todos sentimos celos y que todos somos celosos. Por lo tanto no tiene mucho sentido hablar de la etiqueta celoso/a en tanto que rasgo de personalidad. Sin embargo también es cierto que personas con determinadas características de personalidad suelen manejar peor esta emoción, y sí puedo asegurar que a lo largo de mi experiencia clínica he encontrado ciertos rasgos comunes en personas aquejadas de celos, características y déficits que sí son susceptibles de ser trabajadas en terapia. En rigor cuando decimos que alguien es un celoso no estamos definiendo la emoción que siente, ni la intensidad de la misma, sino su déficit de gestión de esta emoción, por carencias o necesidades personales, como la dependencia, la falta de autoestima y el miedo a la soledad. 

Ahora bien con respecto a la expresión “sufrir de celos” no queda nada claro quién es el que más los sufre: si el actor o el receptor de esa emoción, porque lo que se dice sufrir, lo sufren ambos. Y lo que realmente se resiente al entrar en el juego circular de los celos es la relación misma. Por ello si no logras llegar a negociaciones, ya que pesan más las necesidades individuales de cada integrante, que la propia relación, es hora de buscar ayuda en psico entrena, estando solos o acompañados.

Recuerda, los celos suelen ser más duraderos que el propio amor o que la propia pareja. Así que con suma frecuencia los celos son lo único que queda después del amor y tras la ruptura de la pareja, y tu nueva o futura relación se puede ver perjudicada.

Elaborado por: Dirección de Psico Entrena, Ana Rodriguez. 

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